¿Los ateos son creyentes?
o
¿Los ateos creen “que no creen en dios”?
Café Filosófico No. 496 – Carmen Zavala 31.01.09
El tema del presente Café fue inspirado por una discusión que se produjo en un grupo de discusión en línea de práctica filosófica con motivo de que un participante le deseara feliz Navidad “a los que creen, a los que creen que creen, y a los que creen que no creen”.
El postulado departe de los religiosos militantes de que todo el mundo es creyente (implícito: en dios) de alguna manera es muy conocido. Con él se trata de negar la posición del que no cree en dios, afirmando de saque que no es que no sea un creyente (en dios), sino que no sabe, no es consciente de que en realidad sí cree.
Se trata en realidad de una falacia ad hominem, como cuando un racista acusa por ejemplo a una persona de una etnia determinada de ser inferior espiritual e intelectualmente, y cuando éste trata de defenderse, se le acusa de tener complejo de inferioridad y sentir que necesita justificarse, lo cual sería (para el racista) la prueba justamente de que es un renegado y espiritualmente inferior, ya que no está en “paz consigo mismo” (y con “Dios”).
Entonces según esto resulta que el ateo “cree” o “tiene fe” en la inexistencia de dios, al igual que el creyente “tiene fe” en la existencia de dios. Esta frase que contiene un juego de palabras no toma en cuenta que la palabras “creer” y “tener fe” se usan en sentidos fundamentalmente distintos. Yo puedo creer que mañana va a llover y metafóricamente podemos decir que alguien “tiene fe” en que mañana lloverá, en el sentido de quien cree y desea con fuerza que mañana llueva, aunque no hay nada que pruebe que vaya a ser de esa manera.
Pero “tener fe en un dios” no sólo implica creer en algo sin pruebas, sino que esa “fe” esta cargada de contenido implícito. No es solo creer que hay algo anterior al tiempo y al espacio y mayor que el universo, sino que se le atribuyen una serie de contenidos antojadizos, y así resulta que no se tiene solo fe en la existencia de un dios, sino también en que este dios se ocupa de los quehaceres de cada ser humano y que tiene un juicio moral, parecido al del ser humano, y por lo tanto premia, castiga o perdona (¿???!!!), y una serie de asuntos mas. No tomaremos seriamente en cuenta aquí la afirmación sui generis de que se le pueda atribuir a esto que existió antes del tiempo y el espacio que sea a la vez 1 y 3, y que haya parido un hijo con una ser humano, etc. para no bajar el nivel de la discusión. Pero lo cierto es que cuando un religioso habla de la existencia de dios, no se refiere a un primer motor del tipo aristotélico, que no se ocupa del quehacer de los seres humanos. Pues de ser así el postular su existencia o inexistencia sería una discusión bizantina y no habría caído tanta sangre a lo largo de la historia en nombre de la “fe”.
Una de las tácticas para probar la supuesta existencia del dios cristiano, por ejemplo, la aplicó sistemáticamente el religioso Tomás de Aquino.
Inicia su argumentación en la Cuestion1 de su Suma Teológica donde se autopregunta si “La doctrina sagrada, ¿es o no es ciencia?” y contesta:
Respondo: La doctrina sagrada es ciencia. Hay dos tipos de ciencias.
1) Unas, como la aritmética, la geometría y similares, que deducen sus conclusiones a partir de principios evidentes por la luz del entendimiento natural.
2) Otras, por su parte, deducen sus conclusiones a partir de principios evidentes, por la luz de una ciencia superior. Así, la perspectiva, que parte de los principios que le proporciona la geometría; o la música, que parte de los que le proporciona la aritmética.
En este último sentido se dice que la doctrina sagrada es ciencia, puesto que saca sus conclusiones a partir de los principios evidentes por la luz de una ciencia superior, esto es, la ciencia de Dios y de los Santos. Así, pues, de la misma forma que la música acepta los principios que le proporciona el matemático, la doctrina sagrada acepta los principios que por revelación le proporciona Dios.
No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que al hablar de la “ciencia de Dios y de los Santos” no se refiere a ningún concepto abstracto de dios, sino a un determinado ente, llamado dios, el dios cristiano, que engendro un hijo con una mujer y que piensa igual que la curia romana de la época.
El que crea que esto es una tergiversación de lo expresado, que se convenza leyendo unas líneas mas abajo, donde Tomás de Aquino (q.1 art.8) :
Así como las otras ciencias no argumentan para probar sus principios, sino que, partiendo de tales principios, argumentan para demostrar otras cosas que hay en ellas, de la misma forma la doctrina sagrada no argumenta para probar sus principios, los artículos de fe, sino que, a partir de ellos, argumenta para probar otra cosa. Por ejemplo, el Apóstol en 1 Cor 15,12ss, partiendo de la resurrección de Cristo, argumenta para probar la resurrección de la humanidad. Sin embargo, hay que tener presente que, dentro de las ciencias filosóficas, las inferiores ni prueban sus principios ni discuten contra quien los niega, sino que dejan que esto lo hagan las superiores. La metafísica, que es la suprema de las ciencias filosóficas, discute contra quien niega sus principios siempre que éste esté de acuerdo en algo; pues si el interlocutor lo niega todo, a la metafísica no le es posible discutir con él, aunque sí puede resolver sus problemas. Como quiera que la Sagrada Escritura no tiene por encima como superior otra ciencia, discute con quien niega sus principios. Si éste está de acuerdo en algo de los principios que se tienen por revelación, entonces argumenta. Así, con la autoridad de la Sagrada Escritura discutimos contra los herejes; y con un artículo de fe lo hacemos contra quien niega otro. Si, por otra parte, el interlocutor lo niega todo, ya no hay posibilidad de hacerle ver con razones los artículos de fe, aunque sí se pueden resolver los problemas que plantee contra la fe, si es que lo hace. Pues la fe se fundamenta en la verdad infalible, y lo que es contrario a la verdad no es demostrable; de donde se sigue que los razonamientos que se presentan contra la fe no son demostraciones inapelables, sino argumentos rebatibles.
Entonces cuando después Tomas de Aquino en la siguiente Cuestión (q.2) presenta sus 5 vías para probar la existencia de dios, esta vez, la existencia de un dios abstracto, comete una falacia, que muchas veces se trata de obviar cuando se enseña filosofía medieval: Las supuestas pruebas de la existencia de un dios abstracto, controvertidas en sí, no prueban de ninguna manera la existencia del dios particular, en este caso, el dios trino, que es el único que el cristianismo (y algo análogo vale para la mayoría de las demás religiones) reconoce como verdadero.
Las 5 “pruebas” son las siguientes:
La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas. 1) La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho nada se mueve a no ser que en cuanto potencia esté orientado a aquello para lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios.
2) La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.
3) La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.
4) La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres máximos, como se dice en II Metaphys. Como quiera que en cualquier género, lo máximo se convierte en causa de lo que pertenece a tal género -así el fuego, que es el máximo calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro —, del mismo modo hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra perfección. Le llamamos Dios.
5) La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.
Cuando Tomas de Aquino astutamente le añade “Le llamamos Dios” o cosas por el estilo a las “pruebas” está relacionando la supuesta existencia probada de una entidad abstracta con el dios cristiano específico.
Lo mismo hacen los teólogos contemporáneos: Entran a debatir con personas que no se ocupan de la existencia de dios, esto es, ateos, agnósticos, etc. tratando de demostrarles la existencia de dios. Pero lo que les interesa no es demostrarles la existencia de un ente anterior al tiempo y al espacio, no les interesa que se convenzan o “crean” en esa entidad, sino que aspiran a que de allí den el salto falaz de suponer que de la existencia de esa entidad abstracta, se deduce la existencia de un dios muy específico según cada grupo religioso, un dios al que hay que obedecer y amar (y por cierto el término amor se ha pervertido al atribuirlo a la relación hombre –abstracción) al que hay que hacer donaciones y que tiene una serie de características antojadizas inexplicables, que no se deducen de la premisa de la existencia de una entidad abstracta simple.
Tenemos entonces que el ateo no es un creyente en la no-existencia de dios. Si yo no creo que hay un conejo rosado a mis espaldas, que desaparece cada vez que yo u otra persona quiere verlo o captarlo, eso no hace que la gente se refiera a mí como un creyente en la no-existencia de un tal conejo rosado. Sería solo un juego de palabras.
El que el ateo crea que mañana saldrá el sol, no es lo mismo que crea que hay un ente que se ocupa de lo que hacen los seres humanos y le da alas autoridades eclesiásticas de manera misteriosa el poder de interpretar su voluntad. Por eso la palabra “creyente” aunque tiene en su raíz el verbo “creer”, tiene ya una determinación específica y se refiere a creer en un dios, un dios no privado, sino parte de una colectividad que tiene autoridades “doctas” en interpretar su voluntad. Esta distinción en los términos que es obvia, es utilizada por los propagandistas religiosos para causar confusión al oyente descuidado.
Finalmente queda por responder la pregunta de por qué los creyentes son mayoría y por qué se ocupan tanto de los ateos. Aparte del interés obvio que es que las comunidades religiosas no desean perder su cuota de poder en la sociedad, en el foro mencionado se expusieron los siguientes argumentos comunes para explicar la existencia de dios. En la refutación de esos argumentos se traslucen también las motivaciones psicológicas y existenciales (tratadas también por Nicolai Hartmann en su obra “El pensar teleológico”, entre otros filósofos) que han conducido a que el ser humano desee postular la existencia de un telos externo a las cosas y de su propia existencia. Paso a trascribirlos para incluirlos en la discusión si se lo considerase pertinente.
Refutaciones a diversos argumentos contemporáneos para le existencia de dios:
* Argumento de la carga de la prueba: No hay forma de probar la inexistencia de algo, mientras que sí hay forma de probar la existencia de algo, por tanto es lógico que la carga de la prueba caiga en el proponente de existencia. Si no aceptamos este argumento, deberíamos responder con qué criterio vamos a rechazar un conjunto (potencialmente infinito) de entidades carentes de evidencia, y cómo podríamos vivir asumiendo que son verdaderas todas las creencias (a menudo contradictorias) que se refieren a cada una de esas entidades y que seguramente deberíamos tomar en consideración en cada elección.
* Argumento de la improbabilidad. Las cosas complejas no pueden provenir de la casualidad, y cuanto mayor es la complejidad, más improbable es un origen azaroso. El universo es demasiado complejo como para surgir por mero azar. Pero un creador del universo sería una entidad aún más compleja, y explicar su inicio implica un problema aún mayor. La única solución que cuenta con alguna evidencia es el incremento gradual de complejidad de los sistemas por recombinación sistemática de unidades más simples (el mecanismo de variación-selección-retención propuesto por Darwin).
* Argumento de la explicación fallida: La creencia en Dios pretende explicar algo que no se entiende (el mundo, la vida, la conciencia) mediante algo que se entiende aún menos (Dios) y que se deja sin explicar. Sólo se está trasladando la anterior cuestión asombrosa a la nueva cuestión más asombrosa todavía. Si el Universo parece milagroso, más milagrosa sería la existencia de un ser que lo hubiese creado. ¿No es mejor aceptar nuestra ignorancia, en vez de buscar un consuelo ilusorio de esa ignorancia?
* Argumento de ausencia de evidencia. Si hipotesis X es cierta, es esperable evidencia Y. Si no puede hallarse evidencia Y en un tiempo razonable, es sensato concluir que hipotesis X probablemente (dentro de un margen de duda razonable) no sea cierta. Por ejemplo, si buscamos petróleo en una zona, durante muchos años y en forma infructuosa, no sería razonable seguir sosteniendo que hay petróleo allí: sería más razonable decir que “probablemente no lo haya, pero podemos equivocarnos”.
* Argumento de la abducción (inferencia de la mejor explicación). Un universo con Dios luciría muy diferente a un Universo sin Dios. Nuestra evidencia es inconcluyente, pero podemos plantearnos con cuál de las hipótesis rivales sería más consistente (por ejemplo, en un Universo con Dios podríamos esperar ciertos milagros, revelaciones, eventos sobrenaturales, y en un Universo sin Dios podríamos esperar la ausencia de tales cosas). La evidencia actual parece indicar que el mundo es más consistente con la hipótesis de un Universo sin Dios, ya que todo luce como se esperaría si no hubiera Dios (un mundo regido por procesos naturales, del tipo que estudia la ciencia, que parecen ser ajenos a todo tipo de intencionalidad divina).
* Argumento contra la credibilidad de las fuentes. Las fuentes por las cuales nos enteramos de la existencia de Dios (la Biblia y otros libros religiosos) suelen abundar en historias implausibles, contradictorias, metafóricas, o manifiestamente falsas. ¿Por qué habríamos de dar crédito a esas fuentes? Y si esas fuentes no son fiables, y nuestra experiencia no nos ofrece evidencias, ¿por qué habríamos de creerlo?
* Argumento del mal. Si el Dios cristiano es omnipotente y bondadoso, ¿por qué existe el mal, con su amplitud y desmesura? O bien Dios puede eliminarlo y no quiere, o puede y no quiere, o ni quiere ni puede. En cada caso, o es impotente, o es malvado, o ambas cosas, lo cual contradice la definición habitual de Dios.
* Argumento de la atribución de propiedades psicológicas. Todo concepto de Dios incluye propiedades psicológicas (como mínimo, algunas propiedades cognitivas y éticas, sin las cuales sólo queda el concepto de un Universo complejísimo pero carente de atributos psicológicos tales como ser “consciente” o “bondadoso”). Pero, según las evidencias existentes, las propiedades psicológicas dependen de sistemas neurales en seres vivos, y no parecen ser aplicables a sistemas no-biológicos. Parece más bien que esta atribución es un resabio de la antropomorfización de las fuerzas de la naturaleza por parte de culturas primitivas.
* Argumento de la ilusión deseable. Cuanto más deseable es una creencia, tanto más en guardia debemos estar de la posibilidad de un autoengaño. Dios se adecua tan bien a nuestros mayores deseos (un garante de que sobreviviremos a la muerte y de que nuestra vida tiene sentido) que es lógico sospechar que ha sido inventado para satisfacerlos.
* Argumento de las contradicciones. Las definiciones de Dios suelen utilizar adjetivos contradictorios (personal e inmaterial, personal y trascendente, personal y omnipresente, omnipresente y trascendente, omnipotente y bondadoso, etc.). Esto implica que no existen referentes que puedan cumplir los criterios de esa definición.
* Argumento contra la postulación de un creador. Si es necesario un creador del mundo, entonces deberemos responder quién creó al creador, y si un creador puede existir sin ser creado, entonces lo mismo puede decirse del mundo.
* Argumento contra la supervivencia del alma. Si bien no es contra la existencia de Dios, es una creencia que muchas religiones asocian con la de Dios. Toda definición del alma incluye procesos psicológicos. Según la evidencia existente, todo proceso psicológico requiere procesos neurales, y la desaparición del proceso neural implica la desaparición del proceso psicológico. Por lo tanto, la evidencia actual es contraria a la creencia en la supervivencia del alma.
(*) Esta lista de argumentos fue proporcionada por Gerardo Primero, participante de la lista de discusión filosófica FIACOF