Café Filosófico 188
Para entender bien
el problema de la postmodernidad hay que aclarar primero a que se remite el
nombre de "POSTmodernidad" y cuáles son sus orígenes.
Como su nombre bien lo indica la POSTmodernidad es una respuesta a la modernidad entendida como la modernidad de la ilustración, la modernidad que levantó las banderas de la razón y de la ciencia contra la fe y la superstición del medioevo, la modernidad de las grandes revoluciones y las luchas por la independencia, la modernidad de la Revolución Francesa, de la independencia de los países americanos, de la Revolución Rusa, de los grandes avances científicos y tecnológicos, la modernidad de la aspiración universal a una educación gratuita laica para todos, de los derechos humanos universales y de la lucha por el desarrollo intelectual y material de la humanidad en contra de los antiguos regímenes oscurantistas de la Edad Media.
Es contra esta modernidad y sus aspiraciones que se levanta el discurso POSTmoderno, afirmando que las luchas por el cambio no tienen sentido, que no es posible ningún desarrollo, que como no hay posibilidad de ningún conocimiento certero, no se podría afirmar en relación a qué nos estaríamos desarrollando y una serie de falacias más que analizaremos más adelante.
Primero, sin embargo, echaremos una mirada al origen de este discurso postmoderno. La negación de la racionalidad tiene sus orígenes en el romanticismo europeo que al rescatar los valores irracionales de la nacionalidad y la sensibilidad contra la razón sentó las bases para el pensamiento facista y nacionalsocialista en Europa. En ese marco surge el pensamiento de Heidegger, que sienta las bases del pensamiento postmoderno al impulsar la idea de que “el hombre no habla el lenguaje, sino que “el lenguaje habla al hombre”, es decir, que es la lengua (idioma) que hablamos la que domina nuestro pensamiento y nuestras prácticas. “La lengua (idioma) es la casa del ser”, con ello determina que estamos determinados por el idioma que hablamos, el cual se expresa en nuestra cultura. De esto se induce a deducir que, si tenemos como idioma materno una lengua de una cultura "menos desarrollada" nuestro pensamiento será menos desarrollado porque no podemos salir de la prisión de nuestro idioma. Como los alemanes tenían en el 30' una cultura desarrollada, esto se explicaba entonces por su idioma, que, explica Heidegger, es el mejor adaptado para pensar. Este discurso fue rescatado por el nazismo, lo que llevó al gobierno Nazi a proponer a Heidegger para el cargo de Rector de la Universidad de Friburgo.
Después de la segunda guerra mundial todos los intelectuales que colaboraron con el régimen Nazi, fueron "congelados" por un tiempo hasta los inicios de la guerra fría. Es entonces que la comunidad filosófica retoma a Heidegger y surgen una serie de seguidores suyos, los cuales elaboran esta idea de la imposibilidad del conocimiento y de la dependencia fatal de nuestro pensamiento de la cultura en la que nacimos. Sin embargo, estas teorías no tuvieron mayor acogida ni difusión en el mundo extracadémico, es decir, entre la gente común y corriente, porque la guerra ideológica se centraba en la lucha entre las posiciones a favor y en contra del Socialismo Real y contra el peligro de la difusión de toda filosofía o ideología revolucionarias.
Esto cambió radicalmente, con la caída del Socialismo Real en Europa. El gran "peligro" del comunismo, había desaparecido. Y quedó solo y desenmascarado el capitalismo neoliberal en occidente. Ya no podían justificarse las injusticias inherentes a él, con el argumento de que peor está la gente detrás de la "cortina de hierro". Cualquier persona medianamente inteligente podía darse cuenta, tras una corta reflexión, que no había ninguna razón lógica que justificara que ellos tengan que aceptar las desigualdades en la repartición de la riqueza en las que sustenta el sistema.
La solución a este problema por parte de los grupos de poder fue simple, si utilizando la razón la gente se va a dar cuenta de lo absurdo de las desigualdades sociales y económicas a las que los sometemos, lo que cabe hacer es NEGAR LA RAZÓN como arma de defensa. Y es así que desde fines de los 80', las filosofías más promovidas, publicadas y difundidas en los medios académicos y extraacadémicos son estas "filosofías" POSTmodernas. Lo cínico de este propósito se refleja en autores como Richard Rorty, famoso filósofo norteamericano que descaradamente sostiene que "la verdad se construye no se descubre", esto es, "La verdad no es más que el éxito que dependería de la capacidad del filósofo o del científico de vender “su producto” o de conquistar un público, a través de un discurso atractivo!” Esto quiere decir, en otras palabras, que el criterio de verdad es definido por si te publican o no las editoriales, es decir, por tus relaciones sociales, tu ubicación en el poder político y/o económico coyuntural en determinada sociedad. Si vendes, es porque dices la verdad, sino vendes es porque no estas con la verdad. Agrega Rorty que no hay una “única descripción correcta” de la realidad, solo hay discursos mas útiles y convincentes que otros para explicar algo. En ese sentido la teoría de Copernico no desplazó a la de Ptolomeo porque la tierra girara efectivamente alrededor del sol, sino porque el discurso de Copernico explicaba mejor y era mas convincente que el de Ptolomeo. Obviamente esta teoría es legitimadora del poder de turno lo cual se refleja en las declaraciones poco profundas del mismo Rorty cuando afirma públicamente “Un mundo en el que el inglés sea la única lengua no me parece una cosa terrible. Si éste fuera el destino del mundo no pienso que sea una tragedia. Un lenguaje universal ofrece claras ventajas, y el inglés es una prueba de ello. Sería bueno si una capacidad comunicativa universal y la diversidad cultural llegaran a convivir, pero, si me viese obligado a elegir entre las dos, optaría por la primera, pues creo que sus ventajas compensarían las pérdidas de la segunda”. El hecho de que casualmente él es parte de la cultura que habla inglés, y que por ello no puede pronunciarse imparcialmente sobre este tema, no parece presentarle mayores problemas teóricos. Esta declaración es más audaz aún cuando tiene el desparpajo de afirmar simultáneamente que “los problemas filosófico son problemas que pueden ser resueltos (o disueltos) ya sea mediante una reforma del lenguaje o bien mediante una mejor comprensión del lenguaje que usamos en el presente” ¿del inglés? ¿una mejor comprensión por parte de quién?
Pasaremos ahora a desmenuzar algunos de los principios de los que parte el discurso postmoderno y cuáles son sus consecuencias
1. Sostener que todos los valores tienen igual validez, creyendo que eso significa nivelarlos
2. Confundir jerarquía con elitismo
3. Confundir el hecho de que hay propiedades constitutivas a las cosas con la creencia de que todas las propiedades de una cosa le son esenciales.
4. Confundir que es esencial que pertenezcamos a una cultura con que sea esencial a una persona determinada pertenecer a una cultura particular
5. Arremeter doctrinariamente contra los “metarelatos”, “razón universal”, etc. So pretexto de que pecan de escencialistas, obviando que esa actitud es en sí escencialista.
6. Atacar el fundamentalismo y sostener, a la vez, que políticamente lo que nos corresponde es la reafirmación de la propia subjetividad: étnica, femenina, homosexual, etc.
1. Sostener que todos los valores tienen igual validez, creyendo que eso significa nivelarlos
Esta falacia postmoderna sostiene que nuestros valores están determinados por nuestra cultura y que no tienen un valor en sí. De allí se deduce que en el fondo no tenemos por qué considerar que el Pato Donald, los cómicos ambulantes o los ritos chamanes sean menos valiosos que la obra de Jorge Basadre, una representación del Ballet Folklórico Nacional o la ciencia médica contemporánea.
La falacia de este argumento consiste en que al supuestamente "nivelar" estos valores, lo que en realidad se está haciendo es reordenar los valores, dándole valor a algo que no era considerado valioso y quitándole el peso valorativo a algo que se consideraba de indudable valor. Y es que nosotros no valoramos las cosas de una u otra manera simplemente por la cultura a la que pertenecemos, sino en base a una escala de valores prdocuto de una reflexión propia. Si bien es cierto que muchos de nuestros juicios están determinados por nuestra cultura, como por ejemplo nuestra concepción de qué es un perro o que es una carpeta, pero son juicios no son interesantes, ni son tan valioso como aquellos juicios en los que hay divergencia de opinión dentro de la misma cultura.
Los efectos de esta falacia los hemos visto (y seguimos viéndolos, en parte) durante la dictadura pasada, que nos pasaba una serie de programas degradantes (talk shows), con el pretexto de que su valor consistía en mostrar la realidad o que los cómicos ambulantes era un espectáculo cultural, porque se trataría de cultura popular, etc. todo esto sirve para destruir la capacidad de análisis de una población que hay que anular, para hacer posible que los grandes consorcios se instalen en el Perú y puedan actuar según sus intereses sin ninguna oposición de la población local.
2. Confundir jerarquía con elitismo
Del anterior argumento se deriva la falacia política de que debemos oponernos a la actividad política organizada ya que debemos oponernos a que hayan unos que dirijan, aunque sea coyunturalmente, una organización. Esto debe conducir a rechazar toda actividad política organizada, ya que supuestamente el grupo y la jerarquía que defiende los intereses del grupo no debe oponerse a los intereses del individuo. En nombre del rechazo a las elites y un aparente igualitarismo se pretende inducir a los jóvenes y a los ingenuos políticos a rechazar la actividad política organizada, anulando así toda oposición efectiva a los grandes intereses corporativos. Así el filósofo postmoderno Lyotard famoso, entre otras cosas, por su libro "La condición postmoderna" agitaba: "La revolución es una idea minúscula. Acabemos con ella".
3. Confundir el hecho de que hay propiedades constitutivas de los términos con los que se refiere a las cosas (o hechos) con la creencia de que todas las propiedades implicadas en el término con el que se refiere a una cosa (o hecho) le son escenciales
Este argumento es especialmente malicioso, porque está dirigido a las personas que se consideran objetivas y científicas y que rechazan a la “metafísica”, entendiéndose por ello todo discurso que versa sobre asuntos que no se pueden probar ni refutar. Consiste en lo siguiente: Los postmodernos norteamericanos tipo Quine y Rorty, por ejemplo, proponen que el ser humano tiene una serie de creencias, las cuales son adquiridas y enunciadas a través del lenguaje adquirido socialmente. En tanto las proposiciones no son aisladas, sino que forman parte de un entramado de proposiciones, no es posible, según esta posición que se diga la verdad y/o falsedad sobre una proposición aislada, sino que habrían visiones del mundo inconmensurables. La verdad de toda proposición estaría determinada por el idioma en el que se ha expresado y por la sociedad en la que se ha adquirido ese idioma, que le dan el “verdadero” sentido a cada parte de la proposición. Resulta entonces que el significado de una palabra o un término, ya no se determinaría en relación a un referente (cosa), sino que el significado de una palabra a lo más puede ser expresado en otras palabras y términos (es decir, otro discurso, ya que “todo es discurso”), de lo que se sigue que no habría una distinción, por ejemplo, entre el sentido figurado y el sentido literal de un discurso, ya que el sentido “literal”, no seria mas que una variante del figurado y viceversa. No habría posibilidad de decidir sobre la verdad o falsedad de una declaración por contraste a una “realidad objetiva”, ya que la “realidad objetiva” no sería nada más que un discurso construido por alguien.
En ese sentido, por una parte se critica como una posición “esencialista”, el que se pretenda delimitar el sentido en que se usan las palabras en determinado contexto (como hacía Platón en sus diálogos), y por otra, se termina por asumir implícitamente, como sentido esencial de un término, TODAS las connotaciones semánticas que éste pueda tener para un individuo. Por ejemplo, según esto, dos personas no podrían establecer un acuerdo sobre proposiciones como “Esta silla es negra” o “Ese profesor es bueno”, porque los términos silla, negro, profesor, bueno, tienen sentidos irremediablemente distintos para ambos. Y si uno de los dos fuese extranjero, la posibilidad de que estén pensando en lo mismo cuando hablan, es decir la posibilidad de que se estén entendiendo, (ya que se supone que distintos idiomas significarían distintos referentes lingüísticos) sería menor aún.
La mayoría de los pensadores postmodernos confunden entonces el hecho de que para referirnos a las cosas y a los hechos usamos el lenguaje, que le da diferentes connotaciones a lo expresado, con el hecho de que estas connotaciones secundarias del lenguaje pudieran ser esenciales al contenido semántico de la proposición. Tomando el ejemplo anterior, afirmarían que TODAS LAS PROPIEDADES que se le atribuyen a los diferentes términos, según el lenguaje, le son esenciales al término.
Por eso es que los postmodernos hablan de que todo es relato y concluyen que “No hay hechos, sino solo interpretaciones.” Y Derrida llega hasta a afirmar: “No existen leyes universales que gobiernen los movimientos de los cuerpos o los comportamientos de los hombres: nada de esto existe fuera de las teorías, es decir, de un uso particular de los lenguajes humanos.”
4. Confundir que es esencial que pertenezcamos a una cultura con que sea esencial a una persona determinada pertenecer a una cultura particular
Esta falacia es aquella en la que incurre Heidegger y que se contradice además con la crítica al esencialismo de las cosas (pretensión de delimitar o determinar el sentido en el que se están usando las palabras en determinado contexto como hacía Platón, por ejemplo) , también propugnada por él.
Consiste en confundir el hecho de que es evidente ("esencial") que todos pertenecemos a una cultura, con el hecho de que exista algo así como una “esencia” de “lo peruano”, de “lo alemán”, “lo griego”, etc, de la misma manera que Aristóteles, por ejemplo, confundía el hecho de que es esencial y necesario que para que se entienda la palabra “amo” tiene que entenderse también la palabra “esclavo”y viceversa, con el hecho de que sea necesaria la esclavitud y/o que las personas sean esencialmente “amos” o “esclavos” (es decir que sean amos o esclavos “por naturaleza”). Esta falacia culturalista, asumida por filósofos como Heidegger y por la mayoría de los postmodernos, se expresa en los famosos “estudios multiculturales” financiados por numerosas ONGs a nivel mundial y tiene la función de hacer subir la autoestima de una cultura o pueblo sobre los demás. Se buscan las supuestas “raices” de un pueblo. En el caso de los pueblos del tercer mundo se trata de hacerles interiorizar que sus defectos (productos en realidad de su situación de marginación económico-social) son en realidad virtudes y que no deben tratar de superarlos, sino estar más bien orgullosos de ellos. En el caso de los países dominantes (o con pretensión de serlo), como por ejemplo los alemanes, como no se encontraron grandes antepasados germánicos en la edad antigua, no se cayó en el error político de afirmar que las características negativas de sus antepasados eran en realidad virtudes que el pueblo alemán debería asumir como esencialmente suyas, sino que decidieron adoptar a los griegos como sus antepasados oficiales y declararse los únicos verdaderos herederos de los griegos debido a una supuesta similitud cultural, que Heidegger se dedica a establecer durante toda su vida. La mayoría de los países económicamente dominantes también asumen características positivas de otros pueblos de pasado “glorioso” como “propios”, pretendiendo con ello dar una justificación a la dominación, en base a que en “esencia” (esencia basada en una supuesta “herencia genético-cultural”) son mejores.
La intencionalidad política de este discurso de aparente “respeto al multiculturalismo” es hacer interiorizar a la gente la idea de que si viene de una cultura "inferior", como por ejemplo la de los pueblos latinoamericanos, siendo la prueba de su inferioridad, su situación de subdesarrollo, entonces esto no se debe a que formamos parte de la estructura imperialista mundial como país dominado, sino simplemente a que no podemos escapar de nuestra lengua y nuestra cultura "subdesarrollados". Políticamente es deseable para los intereses de las grandes potencias, que interioricemos esta manera de pensar, para que aceptemos con resignación y sin problemas nuestro papel de proveedores de materias primas al imperialismo.
(puntos 3 y 4 revisados en junio del 2006)
5. Arremeter doctrinariamente contra los “metarelatos”, “razón universal”, etc. so pretexto de que pecan de escencialistas, obviando que esa actitud es en sí escencialista.
Justamente para que no podamos denunciar el círculo vicioso de la dominación de los países subdesarrollados frente a los grandes intereses transnacionales, los postmodernos arremeten contra lo que ellos llaman los grandes "metarelatos", es decir, análisis objetivos de la historia. Afirman que no es posible hacer un análisis objetivo de la historia, sino que sólo se puede analizar la historia desde diferentes ángulos, de igual validez. Deleuze afirma así: ”La historia mundial es una historia de la contingencia” El inconsciente funciona como una fábrica, no como un teatro. Por lo tanto el problema en cuestión es el de la producción y no el de la representación. Esto quiere decir, que nosotros producimos lo que creemos es una historia objetiva y de ninguna manera podemos reflejar objetivamente algo que existe o que ha ocurrido "de verdad". El postmoderno Lyotard aclara que "todo modernismo contiene la utopía de su fin. Si se quiere verdaderamente oponer lo moderno a lo posmoderno, se puede decir que éste insiste en la reescritura, mientras que lo moderno insiste en la revolución". Y como lo moderno está obsoleto según los postmodernos, la revolución está obsoleta, la pretensión de luchar por un mundo mejor esta pasada de moda. De lo que se trata ahora es de reescribir la historia a nuestro gusto.") . Cabe destacar que Lyotard al final de su vida, volvió a sus preocupaciones religiosas de juventud, en un giro que no es raro entre los intelectuales de su generación: su último texto tiene un título revelador: La Confesión de San Agustín. Este mismo interés de los postmodernos de volver hacia el estudio de lo medieval o colonial se ve también entre los filósofos peruanos, incluso en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Este retorno a lo medieval/colonial no es casual.
Nos encontramos ante el eminente derrumbe del sistema capitalista. Esto es evidente incluso para los grupos de poder ahora dominantes, y tal vez para ellos esto sea más claro que para nosotros. Ante esta situación hay dos posibilidades de reestructuración de la sociedad. El avance y el retroceso. El socialismo o el retorno a un sistema tipo feudal. Todas las películas americanas futuristas apuestan a un sistema feudal. Incluso ha empezado una racha de películas que glorifican los valores del medioevo, tales como "El señor de los anillos", "Harry Potter" (La magia vence a la razón), los cuales parece que nos quieren ir acondicionando para aceptar lo que se pretende proponernos. No se hacen en cambio películas futuristas que muestren un sistema socialista. Hubo una película de ciencia ficción en los años 70 "El planeta de los simios" que parecía indicar una sociedad medio socialistona por parte de los simios del futuro, que habían aprendido de los errores de su pasado. Esta película fue recientemente reeditada en una nueva versión donde definitivamente la sociedad futura de los simios es una sociedad feudal. La intención obviamente es que nadie vaya a pensar ni por casualidad que la alternativa a este sistema pueda ser un sistema socialista, que por medio de la razón y la ciencia levante las banderas del desarrollo para todos. Por ello se combate la razón, la ciencia, la idea de desarrollo, la actividad política organizada, y todo cuanto pueda representar los intereses de las grandes mayorías.
6. Rechazar la posibilidad de una reflexión objetiva sobre lo políticamente conveniente y sostener, a la vez, que políticamente lo que nos corresponde es la reafirmación de la propia subjetividad: étnica, femenina, homosexual, etc.
Finalmente tenemos que enfrentarnos a la falacia de que si tratamos de fundamentar nuestras acciones se nos acusará de "fundamentalistas". La única actividad política que quedaría por hacer en este contexto es la actividad política desarticulada con efectos insignificantes e inmediatistas. Tales como al lucha por los derechos de lo "femenino", mas no por las mujeres, por la ecología, pero contra las causas de su depredación (ya que eso sería fundamentalismo, etc. Esto como hemos visto en los últimos tiempos termina tildando a todo el mundo que se opone a cosas concretas o lucha por una propuesta liberadora del hombre como fundamentalista, extremista e incluso hasta terrorista. Porque esta oposición a la fundamentación de los objetivos de la lucha se opone supuestamente a la aceptación de la diversidad con respecto a ello Alain Badiou aclaró en su momento que "el discurso del “Respeto a las diferencias” solo respeta al otro en tanto que lo diferente respete exactamente como yo esas diferencias”, es decir, en tanto que el diferente sea demócrata-parlamentario, partidario de la economía libre de mercado, defensor de la opinión libre, feminista, ecologista, etc.”
Resumiendo, el discurso postmoderno sirve a los que ostentan el poder y pretenden prepararnos para que aceptemos que lo sigan manteniendo aún cuando caiga este sistema. Es el lobo vestido de oveja. La intolerancia y prepotencia disfrazada de apertura y espíritu crítico.
Es tarea de todos reconocerlo y desenmascararlo.